martes, 4 de marzo de 2008

Entropía - Última parte

Suspiró con desosiego en el mismo instante en que se desprendía de los brazos del palestino para zarandear como un poseso su propio cuerpo hasta el "rincón sagrado" o el cuarto donde el palestino compartía con él sus casi inagotables provisiones de "nicotiana tabacum".

-Ya estás con los mentolados de nuevo- dijo sonriendo el inquilino permanente del piso al tiempo que trató de escrutar con palabras y ademanes- ¿quién es tu amigo?-.
-Dejá, por lo que sé, está loco pero no es nocivo- bromeó con un impresionante talante porteño.
El monje inspecciono aquel extraño "hogar-fortaleza". No había puerta que no estuviese reforzada. Por un pasillo que conducía desde la puerta de entrada hasta el salón (pasando por dos míseras habitaciones) se llegaba al comedor donde se ubicaban increíbles cantidades de municiones y armas. Parecía como si le desconcertase el hecho de que no quedaban más muebles que un viejo sofá. Se sentó en él para meditar un poco.

* * *

Hizo un vano intento de liberarse de las cadenas atadas robustamente a sus manos que se ubicaban incómodamente detrás de su espalda.
-Voy a repetirlo por última vez y quiero… - tomó aire en un intento de no sollozar y reprimir ácidamente su melancolía al tiempo que se sacudía violentamente de un lado para otro agitando los grilletes -… que me escuches atentamente: ¡¡¡No - se - puede!!!- vociferó Chian con todas sus fuerzas, quedándose afónico por primera vez en su vida. Fue entonces cuando el porteño enmudeció al fin (tragándose ásperamente una palabra que ya tenía preparada para replicarle), y abandonó toda esperanza (puede que por la confusión que le originó esa reacción tan infrecuente en aquel monje).

El Bartolo le dirigió una mueca que derrochaba alegría pero denostaba una garrafal desesperanza a la sazón de los acontecimientos acaecidos. Aquello era el final de una historia de acción y emoción que se había visto socavada y anulada por los más estúpidos e inadmisibles azares del porvenir.
El joven barbiespeso volvió a fijar sus ojos en el piso, completamente desalentado.
Oscar no pudo evitar contagiarse de aquella consternación y rompió a llorar amargamente. La suerte era implacable con todos. Se pudrirían en aquella celda como ratas anoréxicas lentamente, hasta que la inmundicia entumeciera sus neuronas y finalmente sofocara sin compasión sus vidas.
Todos los allí encerrados se lamentaban sin cesar sin percatarse de que dos personas subían frenéticamente las escaleras.

* * *

El palestino le observó anonadado y cuando se percató de que prácticamente babeaba del desconcierto se encendió el primer "Marlboro" del paquete nocturno.

-¿Mucha caza?- dijo el pistolero interrumpiendo la parálisis de su compañero.
-Sí, ahora hay muchos de esos demonios- afirmó supersticiosamente sin quitar su examen visual, casi eterno, al extraño.
-Me tendieron una emboscada los bichos de mierda esos. Por poco me matan- y reparando en la incógnita que se estaba gestando en los labios rodeados de una barba pésimamente cuidada se apresuró a agregar: - fue él quien me salvó la vida-.

* * *

Justo en el momento más propicio, el único descuido que se permitió Oscar en toda la batalla, un tentáculo verde recubierto de espinas surcó la parte izquierda de su abdomen de lado a lado.
En un tosido desesperado e incrédulo, el argentino escupió un bordó bizarro que pintarrajeó el oscuro violeta del suelo. El templo del octavo general, quedaba entonces matizado con el abate inicial de una empresa imposible y con la derrota de uno de los pilares fundamentales dónde se apoyaban los demás guerreros: el beligerante forajido legendario.
-No debiste de pasar por alto el hecho de que somos enemigos- carcajeó Efeu. Después de zaherir la humillación del humano, la hiedra viviente exoneró de sus entrañas en un grito estremecedor toda la rabia que había acumulado durante tantos años, y acto seguido, sentenció en Abrehemeo al sujeto herido fatigosamente de rodillas: -¡Ahora todo está perdido para ustedes!-.
El pistolero no movió un músculo ante los improperios de su adversario y esto le desconcertó notablemente.
-¿¡No te resignas a morir aún!?- aulló irritado el general.
Un disparo le desgajó el único tentáculo que ostentaba la sólida base del combatiente botánico. Oscar levantó su cabeza, clavó los ojos en su oponente y sonriendo musitó un tranquilo “No”.
Aquella respuesta desmoralizó a su contrincante que se dispuso inquieto a retransformarse en su figura humanoide nuevamente…

* * *

Podía intuir una fuerza extraña acercándose. No podía distinguir su potencial pero estaba seguro de que podría tratarse inclusive de un general del Imperio Megsa. Estaba seguro de lo que buscaba aquél individuo por esos rincones del “Planeta Tierra” pero ¿por qué la amatista? ¿De qué le serviría a cualquiera al mando de aquel vasto ejército sumido en una férrea autocracia? No lo entendía. Pero era algo sumamente peligroso y debían...

...el estrambótico de tez morena le sacudió abrazándolo fuertemente.

-Pero vos boludo, ashudaste al argentino. Muy bien flaco, muy bien- le gritó al oído acabándole de perturbar. El "monje loco" se libró de aquellos brazos esqueléticos con una violencia anormal.
-Se ofendió tu amigo. Mira que le pego- vociferó adoptando una pose de boxeador y tarareando "The eye of the tiger" de Rocky mientras ponía cara de lunático.

La broma terminó cuando los fumadores sintieron un hambre sublime que les hizo prender una fogata con algunos troncos y cocinarse unas conservas.
-Flaco, ¿por qué troncos de árboles y no maderas de otros pisos?- inquirió Oscar extrañado.
-Porque el sabor es diferente- contestó sereno Hisham, masticando el fruto de un manzano ubicado cerca de allí.
-Te aburrís mucho- exclamó proyectándose a sí mismo el argentino.
-Demasiado- dijo el palestino al tiempo que volvió a poner cara de desquiciado - me gusta demasiado, demasiado la carne de Oscar quiero Oscar para comer- masculló lo más fuerte que le permitía aquel gesto bochornoso en su cara, abalanzándose sobre su colega. Éste se lo quitó de encima como pudo después de forcejear durante un largo rato con él al grito, desconcertado por aquella excentricidad, entre carcajadas de "¡aparta coño!".

* * *

El argentino recordó a Miranda. En sus disertaciones siempre había intentado que ella se sintiera bien: le “tiraba los trastos” (nunca pudo comprender la expresión, le sonaba como si alguien arrojara a la persona que le gustaba una enorme televisión antigua por la cabeza), le daba consejos, la halagaba; la hacía protagonista de su discurso. Siempre albergó unos miedos infundados o tal vez demasiados racionales (las contradicciones eran poco menos que comunes en su sistema neurológico) en cuanto al efecto que la transferencia podía tener sobre ella. No quería que volviese a recaer en un pozo neurótico.
Fue sólo una vez la que se atrevió a arrancarse la piel y desnudar sus palabras:
“Miranda, yo no sé cómo hacerlo, nadie sabe. El secreto de tu bienestar se aloja en vos, y no es precisamente ni el más agradable ni el más fácil. Curarse es una tarea ardua que requiere tiempo y valentía. Estoy seguro que por el camino que te dispones a emprender tus síntomas empeorarán y volverás a caer en la trampa de la neurastenia. No es lo que deseo y estoy seguro que en el fondo tampoco es lo que quieres (aunque insistas en demostrarte que sí).
El “show” debe continuar. Tu vida debe seguir su rumbo, ansiaría con todas mis fuerzas abrazar aquella parte de ti que nadie se atreve…

…tus brazos…
…tus dudas…
…tus valores…
…tu ansiedad…

…a vos.

Quiero comunicarte que estoy tirando para adelante como puedo: de a poco y siempre pendiente de mí. No estoy en mi mejor época, pero presiento que esto es el principio de una nueva etapa. Y se me antoja darte ánimos, clavarle una estocada a tus poderosos fantasmas para que puedas partir desde aquí…

…hoy más que nunca te deseo, de corazón…
…por favor…
…por ti, y nuevamente por ti…

…¡sé feliz! ¡De pie soldado (machismo lingüístico)! ¡Levántate, empieza tu camino! Me encantaría asegurarte el éxito…
…pero eso…
…eso…
…no depende de mí.”

* * *

El "budista loco" al parecer no probaría hoy bocado, puesto que se negaba con tenacidad a aceptar ninguna conserva "al fuego".
-Dale, un cachito nada más- decía Oscar pasándole una lata de guisante por delante de ambos iris casi grisáceos.
-No- respondía refunfuñando.
La lata al pasar por delante de la cara del "beato colérico" chocaba de manera no-involuntaria contra la nariz del mismo. Una vez, dos veces, la paciencia en ese instante del monje parecía imperecedera. El palestino esbozó una sonrisa, y la víctima de la broma, percibiendo e intuyendo lo que realmente estaba ocurriendo propinó un derechazo al pícaro "Cleant Eastwood" sureño.
El palestino dejó de reír a los 20 minutos para recomenzar su risotada durante otros 20 cuando el argentino escupió una muela en los leños ígneos.

Algunos cigarros después los tres se dispusieron a dormir, aunque uno de ellos, "el chiflado oriental", se adelantó a sus camaradas recostándose en el sofá y casi al acto conciliando el sueño.

“Ese mundo era algo espectacular, nada que hubiese podido imaginar antes ni por asomo. En él habían coexistido y seguían cohabitando la desgracia y el triunfo, la pobreza y la abundancia, la melancolía y la alegría; vamos…

…una ambivalencia exquisita, aterradora, absurda e inverosímil al mismo tiempo.
Todos aquellos rincones que albergaban a aquellos entes emanaban algo que le evocaban sensaciones inéditas, originales, frescas, pero sobretodo, ajenas a su personalidad iracunda y apaciblemente fría. En fin todo aquello era…”.

Consiguió entreabrir uno de sus párpados solo para contemplar la mirada burlona de Oscar y Hisham. Se tocó la cara y notó como se escurrían por sus dedos tinturas multi-cromáticas. Se levantó del sofá con un enorme ímpetu al tiempo que adosó sus luceros plomizos a los retazos de un cristal que le sirvió de espejo…
…y fue tal el espasmo de ira que le recorrió cada músculo que su epidermis se tornó de un bermejo bordó.

Oscar trataba inútilmente de dormir con el calvario que le suscitaban sus encías carentes ya de 4 muelas, mientras que Hisham intentaba catar su último cigarrillo de la jornada, largando el humo por una pequeña parte del orificio nasal izquierdo, el único segmento de sus vías respiratorias que no estaba obstruido por cartílago roto, coágulos y chorros de sangre intermitentes.

El día de mañana era duro, pero sobretodo era el final de una amistad y el comienzo de una nueva vida. Los caminos divergían, y, a punto de bifurcar, los dos sintieron aquella sensación de vacío interior que deja el destino cuando nos arruina los planes, destruye la rutina de la que tanto nos quejamos y que luego añoramos, y nos sacude a voluntad.

Hay infinidad de veces en las que el ser humano indaga si realmente fue una decisión correcta abandonar la matriz materna para sumirse al martirio de inmiscuirse en esta vida…

… esta vida de mierda.

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