jueves, 28 de febrero de 2008

Juro que...

Debido a la escasez de desemplo imperante en Vic el autor se encuentra desocupado. Por eso, y como se acercan las elecciones, ha decidido publicar una promesa:

"Asevero que habrá muchísimo más "Besana". Comenzaré a publicar cada domingo a sobredosis para aquellos que se sientan ligeramente atraídos por la obra o completamente enamorados como yo. No desesperéis, lo que sigue, os encantará...

...espero."


Atte. vuestro autor precoz (en literatura).

miércoles, 20 de febrero de 2008

Entropía - Segunda parte

Nunca dejaba de asombrarse. Todo ocurría a velocidades vertiginosas que te quitaban el aliento. Un día podía ser el preludio de una vida fantástica y otro, una mera agrupación de 24 horas de subsistencia precaria y frágil. ¿Acaso crecíamos todos los días o únicamente en aquellos que disfrutábamos? Intentaba buscar una respuesta...

...no la encontró.

Por las callejuelas de Cerdanyola, convertidas en eremitas antisociales e intransitables, papeles de basura de todo tipo revoloteaban vivarachos entre sus pies. Parecía que la ciudad gozaba de su propia tranquilidad. Puede que incluso pretendiera desalojar con aquel panorama a los pocos humanos que la habitaban.
Asimismo, cayó en la cuenta de que tal vez, después de todo lo que habían vivido juntos, la Tierra y los seres humanos se estaban despidiendo. Ambos habían ocupado papeles que no eran los que debían adoptar en un mundo utópicamente sano.

Una canción le susurró al oído "here we go again". Recordaba aquella música de antaño de James Blunt "1973". Tal vez no tan añeja como la evocaba, pero al fin de cuentas, distante…

…de otro mundo que no era este mamarracho....

...de otra vida quizá...

...puede que, puestos, de otra dimensión.

-¿Ocurre algo?- inquirió el monje severo e indiferente.
-Nada, tan solo que estas calles me hacen añorar viejas melodías. Casi puedo palparlas en mi tímpano...- tragó saliva de forma brusca. Escupió en la soledad de la vía.
-Entregadme vuestro talismán musical- ordenó "el Buda".

Oscar carcajeó durante cinco minutos, y después de un golpe que le hundió el estómago hasta la garganta y le sacudió las costillas, le entregó el Mp3 que conservaba receloso en su bolsillo junto a la piedra amatista.

¡Estaba funcionando!

Mientras el monje lo observaba minuciosamente el argentino no dejaba de sorprenderse a la vez que vomitaba eritrocitos.

-No me digas ¡Buaaag!- expectoró en una alcantarilla -perdón, jejeje - sonrió ocultando su adrenalina, su rabia y su impotencia ante semejante puñetazo - es por el cuarzo violeta ¿no?-.
El monje rió, y lleno de júbilo sin ocultar su alegría le contestó con un certero -¡sí!-.

Repentinamente y sin más el porteño aventurero apuntó al impávido "beato budista". Éste, sereno, no se movió ni un dedo...

...el pistolero no vaciló ni un minuto y disparó dos balas: una de plomo y la otra verbal.

Un megsa manchó con sangre oscura y espesa las ropas grisáceas del ”calvo religioso”. - Está anocheciendo- enfundó su revólver -y eso es más que una excusa no sólo para buscar tabaco, sino también para guarecernos hasta el amanecer. Cuando esté bien descansado y con suficiente nicotina en los pulmones emprenderemos el viaje a donde tú me lleves-.

Por primera vez desde que se conocieron el monje pareció ceder ante él y frío como de costumbre hizo un gesto que casi conmocionó al pistolero: asintió sin más y comenzó a seguirle a una distancia prudente. Oscar entendió inclusive que un gesto como ése era muy extravagante en una persona, ser de otro mundo, lunático perdido o lo que fuere, tan seria.

Triunfal se detuvo frente a un portal de un edificio viejo. Sacó la llave del bolsillo izquierdo de su vaquero y abrió la puerta de una patada. Había sido un transe irreflexivo, puesto que la entrada había sido completamente destrozada. La madera cedió junto con los goznes y se vinieron abajo con unos cristales punzantes que amenazaban con morderlos. Con sosiego avanzaron lentamente, y luego subieron las escaleras a la velocidad que los alvéolos llenos de alquitrán le permitieron al fumador hasta el cuarto piso.

Oscar golpeó la puerta tres veces y una voz en el interior preguntó - ¿Quién?-.
-Yo flaco-.
Al grito de "Boluudo" del "inquilino" que abrió rápidamente el portón fabricado y reforzado con madera y hierro, los dos se abrazaron. -¡Hacía mucho tiempo que no venías a visitarme!-. Aunque la tez del argentino no era del todo blanca como la leche, sí que contrastaba con la de su compañero, mucho más oscura, rozando un marrón mulato.

Encontró la respuesta a su reflexión cuando observó la cara del monje: llena de preguntas, con asombro, fascinación...
...no, jamás crecíamos...
...cada 24 horas descubríamos un mundo nuevo.

martes, 12 de febrero de 2008

Entropía - Primera parte

-¿A dónde nos dirigimos exactamente?-.

-Haremos escala en Barcelona para llegar finalmente a nuestro destino: Vic-. El monje se sonrojó. A pesar de la rareza de la susodicha mímica corporal, Oscar se quedó en silencio. Se detuvieron ambos en el andén de la estación, un poco antes de llegar a las escaleras que les llevarían hacia abajo, a un pequeño pasillo en donde se ubicaban las máquinas expendedoras de billetes y los despojos en migajas de lo que habían sido aquellos artilugios que los validaban.

-Si no me cuentas qué ha ocurrido aquí, no te acompañaré-.

* * *

-Esto se pone cada vez más interesante- aprobó y continuó rascándose la cabeza con su "Desert Eagle" - ¿de verdad el budista te contó que está ocurriendo en este planeta?- le inquirió mientras reanudaba su intento de encadenar la bicicleta al poste de luz.

-Sí- formuló el porteño con una voz seca y árida por la cantidad de nicotina y alquitrán que anidaba en su garganta. Miró desinteresado hacia otro lado o más bien, a cualquier parte que no le supusiese encontrarse con aquellos ojos verdes extremadamente punzantes y satíricos.

-Guay, prosigue- sentenció Dani.

* * *

-Esos monstruos...-dijo al tiempo que hacía un ademán en el que señalaba el vagón repleto de cadáveres, que fue estorbado junto con su esclarecimiento por un "los gremlins" reflexivo. - Gremlins no es su apodo original, nosotros los llamamos como se autodenominan: "M..." (al pistolero le pareció entender "Meksas" o "Megsas" en una pronunciación sumamente extraña), y son originarios de nuestro universo-. El Clint Eastwood argentino frunció el seño- ahora sí que me acabo de perder-.

Según pudo extraer de toda la charla que duró más o menos su paciencia racional (unos 5 minutos), los multiuniversos ("cuánticos") formaban interminables elipses. Ésta se había colapsado y varios universos habían desaparecido, a la vez que algunos habían colisionado entre ellos. Gracias a los portales naturales y la simetría entre constantes de ambos universos (el delirante, del monje loco, y el del planeta Tierra) se compactaron y formaron una nueva elipse. Y aunque el "pelado imperturbable" se había ofrecido a aclararle el porqué de las extrañas criaturas y de los cientos de baches en la explicación, Oscar le propinó un puñetazo en la cara y se puso a fumar como una carretilla en el primer escalón, sin dirigirle la palabra durante media hora.

* * *

-Éstos candados no son como los de antes- exclamó extasiado, agotado y sarcástico, mientras forcejeaba con el candado y la bicicleta acompañado de su pistola sobre el asfalto. -¿Para qué mierda la atás?- dijo esbozando una leve sonrisa. -¿No es evidente tío? Para que nadie se la lleve- suspiró a la vez que continuaba ensimismado con su pugna por asegurar su "vehículo de transporte urbano". -Entendido...- se encendió el octavo mentolado matutino.

-Le pegaste… ¿y?-.

* * *

Oscar ante los chillidos provenientes del pasillo, tiró un cigarrillo a la vía del tren, y exhalando su bronca le pidió perdón a regañadientes al monje. Éste no le disculpó, sino que se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos ("y las pupilas hinchadas").

-No son muchos, sino tratarían de rodearnos subiendo por el otro andén- balbuceó en un acento lunfardezco. -Cierto, buena observación- y con una mirada de complicidad se colocaron a una distancia prudente. El argentino comenzó a cargar con una avidez impresionante sus armas.

* * *

Tomó su Desert Eagle y con los revólveres cargados ambos se colocaron de espaldas. -¡Por todas partes! Bueno, al menos así los privamos de podernos dar por culo-.
-¡Boludo! ¡Menos palabras y más plomo! -.

* * *

Diez proyectiles dieron en el clavo y unos cuantos puñetazos ("místicos"), combinados con patadas voladoras (“de Chaki-Chan”) y piruetas (“milenarias”) bastaron para barrer a los 15 megsas y teñir de salpicados granates las baldosas de la estación.

* * *

-Has visto, cuatro "head-shots"- enunció satisfecho mientras cargaba su pistola.
-Ya verás cuando agarre práctica- río complacido Oscar amunicionando sus Smith&Weston. Ambos se sentaron extenuados a satisfacer su cansancio con reposo. Como antes, o tal vez, como siempre, había estado al borde de una estocada mortal o un corte que lo hubiera dejado malherido...
...y no siempre podía contar con aquella fortuna.

* * *

- Puede que no sea suerte después de todo-le alentó "el buda" de forma fría, e impasible le obligó a reincorporarse. - Nos vamos- le impuso al pistolero. Éste se palpó los bolsillos y detuvo al monje al segundo paso con un rotundo "Espera"...

...-no sin tabaco-.

lunes, 11 de febrero de 2008

Indiferencia - Final - Cuarta parte

Se colocó el revólver en la sien, a la vez que aplastaba la colilla en el suelo. Seguramente los monstruitos los descuartizarían vivo, sin piedad alguna, y prefería ahorrarles la faena (y atesorar una insignificante dignidad de no sufrir como un perro frente a esos mamarrachos terroríficos, que alguna vez, habrían constituido trazos simbólicos de turbaciones infantiles). Se sentía agonizar. El "gremlin" frente a él sonrió confiado, dando a entender que comenzaba a ser consciente de la situación.

Antes de que pudiese jalar del gatillo, un fuerte rodillazo le reventó el estómago. El esperpento, ahora libre, estaba furioso. Había sido un portazo en toda regla. Oscar de rodillas sentía como la baba hedionda de la criatura sulfuraba fetidez hacia todos los poros de su piel (la distancia entre esa boca y su mejilla era minúscula). Los dientes cenicientos le hicieron un tajo en el pómulo izquierdo y sorbieron un poco de su sangre.

Todos le estaban rodeando y esperaban perplejos o afanosos de vísceras que se pegara un tiro. Cinco porquerías, una sola bala...

Comenzaron a comunicarse. Lo que había considerado chillidos o rebuznos resultaron ser frases complejas. Con la boca teñida de escarlata, el adefesio se puso de pie y esbozó una sonrisa. Era increíble como había subestimado a aquellos sub-seres...

...mientras reían metálicamente todos, al unísono, recibió un puntapié en la espalda...

...una patada en las costillas...

…otro golpe en la cabeza que le hizo perder la consciencia durante dos mil años…

...y reparó en sí mismo muriendo entre las burlas de un manojo desquiciado de "bichos medievales"...

…otra patada...

¡Basta! Quería perder el sentido, dejarse ir, realmente en esos momentos su único anhelo era expirar a cualquier parte...

...un esperpento salió volando contra la ventana y de no ser por el doble cristal lo hubiese atravesado quebrándose completamente sobre el frío asfalto. Otro se rompió quince huesos contra un asiento del tren. Uno de ellos sucumbió despedazado por su propia espada.

Oscar levantó la mirada y vio algo que le dejó absorto en divagaciones absurdas durante los tres segundos de calma, antes de que el "monje budista grisáceo-shaolin- malparido" le arrancara literalmente la cabeza a una aberración y, cubierto de sangre, pusiera la mano en la frente del último “gremlin” que había quedado en estado catatónico, y le friera con un fuego azul el cráneo.

El monje malinterpretó la mano extendida del extraño que deseaba incorporarse y la estrechó a la vez que sus labios modulaban un robótico "mucho gusto". Estupefacto, se puso de pie por sí solo, echando una mirada rápida al panorama de despojos sin vida, y mientras simulaba que tener interés en ello masculló un: -¿de dónde sos?-.
-De otro lado-.
Aunque el monje no parecía tomarle el pelo ya que no había signo alguno de querer concebir una risa, Oscar se exaltó de sobremanera: -no me tomés el pelo, budista loco, decime de dónde sos-.
El monje le miró con una inexpresividad aterradora y señaló a la velocidad de la luz a un "gremlin" -del mismo lugar-.

Tenía tantas preguntas que nada le cuadraba, todo le parecía confuso. Habría inquirido al sonado quién era, qué hacía allí, cómo había hecho el truco de la llama azul, si sabía el secreto de la vida eterna o de lo contrario si conocía el del orgasmo sin eyaculación, pero prefirió dejarlo para después…

…todo tenía más pinta de ser una cámara oculta de un año de grabación ininterrumpida...

...y ojalá así fuera.

El "budista loco" comenzó a inspeccionar el hueco donde antes se alojaba la puerta del baño del tren. Luego, más serio de lo que al pistolero le pareció normal, el monje le miró fijamente acercándose muy despacio, evitando pisar un charco inmenso de cadáveres.

A medida que se le aproximaba el chiflado, pudo comprender, al menos, lo que había estado analizando en ese tiempo tan remoto (tan lejos de él y de sí mismo como de su propia realidad): la puerta no podría abrirse para el otro lado de la manera en la que lo había hecho, con un brutal impulso, a menos de que las chapas enganchadas a la pared que recorrían todos los bordes de la puerta (excepto el de las bisagras), hubieran cedido también.

-¿Qué tienes en el bolsillo?-.
-¿Y a vos que te importa?-.
-¿Qué tienes en el bolsillo?- repitió el monje de una manera escalofriantemente similar a la primera.
Oscar disimulando su miedo, metió la mano en el bolsillo derecho de su jacketa a la altura de la cintura y sacó una piedra amatista un tanto extraña, que le había robado una semana atrás a un "gremlin".
El "budista loco" sonrió.
-¿Eso es malo o es bueno?- preguntó desconcertado con la piedra en la mano.
-Guárdala muy bien, nos vamos- y a la vez que se dirigían hacia una de las puertas del tren, apartando con la mano el humo del tabaco que el lucky abrasaba rabioso en los labios del argentino (que se apretaba las costillas de dolor) dijo- eso no es ser distraído...-.
Por alguna extraña razón ya no le sorprendía que el insólito budista pudiese leerle los pensamientos -¿qué es entonces?- (“monje choto”).
-Indiferencia-.

Ambos bajaron del tren.

sábado, 2 de febrero de 2008

Indiferencia - Tercera parte

"Estaba encerrado para no ver a nadie, abrí una rendija para oír el aire...". La canción sonaba desoladora en un panorama tan claustrofóbico... pero al fin y al cabo se auscultaba en su recuerdo. Oscar estaba encerrado en el baño del tren.

"Literalmente, me estoy cagando de miedo" pensó al tiempo que leía un pequeño cartel que prohibía fumar, seguido de un letrero que aconsejaba "No usar el lavabo en las paradas". El servicio era pequeñísimo, y apenas daba abasto con él, un inodoro y un lavamanos ("de agua no potable"). Sonrió tratando de calmarse al tiempo que intentaba introducir ("de una puta vez") cinco balas en su revólver.

Repentinamente los gritos se hicieron demasiado audibles para que Oscar los ignorase y se sumaron rápidamente puñetazos y cortes de espadas con hojas inservibles ("de filo de cuchara"). Un proyectil se le resbaló de las manos y, preocupado, comenzó a sudar de forma dramática...

...seguía nervioso /asustado / ("acojonado").

Lo recogió como pudo y lo colocó en el último orificio del tambor, cerrándolo rápidamente.

"Click"

...el silencio se hizo presente durante un segundo...

...y vestido de gala, como súbitamente vino, rápidamente abandonó aquel sitio para perderse en la inmensidad de las calles desamparadas.

El barrilete giró sobre su eje, mientras la pistola dejaba ir un potente trozo de plomo que traspasó la puerta y se incrustó en el pecho de un gremlin a una velocidad que se entremezclaba con el espacio infinito y el tiempo efímero. Oscar oyó sollozar a sus ojos y escuchó pestañar a su corazón...
...ni la traba que había colocado en la puerta pudo impedirlo...
...a contracorriente de puntapiés, una fuerte patada desde el interior del baño fue suficiente para abrir la puerta hacia afuera...
...cuando debía de hacerlo al revés.

"No sé nada de correr no sé nada de ascender, de esta mierda de arcoiris del cigarro de después, no sé, si la vida pasa en cueros castigado a la pared..."

El miedo desapareció como se esfuma la esperanza de vivir en un segundo completamente desalentador. Oscar había disparado a las bisagras y la puerta despedida hacia atrás aventó a un monstruo contra la pared. Inmóviles, las otras aberraciones se quedaron en silencio hasta que un codazo humano en la cara de uno de ellos volvió a estimular su sed de sangre.

Estaban por delante y por detrás suyo, éstos últimos apretujados por el poco espacio que había entre vagón y vagón. Desenfundó el segundo revolver apuntándolo hacia atrás mientras sostenía firmemente en frente de sí el cañón que casi se fundía con la nariz de uno de esos entes ("patéticos"). Dos disparos por detrás suyo fueron suficientes para que las balas surcasen varios cuerpos a la vez y éstos tiraran por inercia al resto, mientras que una patada imprevista volteó al esperpento que tenía delante que recibió un disparo en la cabeza en cuanto su casco contactó con el suelo de goma.

Las dos armas juntas batieron a dos gremlins que se habían subido a los bancos con intención de "emboscarlo por los lados", y luego a la par que se reservaba un último trozo de plomo fundido con una de sus armas y dos de éstos cruzaban el aire en direcciones opuestas, un movimiento desesperado termino por desembocar en el bolsillo derecho de su jacketa.

Se encendió el cigarro a la vez que un adefesio se libraba de su cárcel de cuatro asientos y una puerta, uno le acechaba por delante con una espada gruesa y tres se deshacían de los cuerpos de sus "camaradas" para volver a incorporarse a la emboscada...

...fue la calada más larga de toda su vida.