lunes, 11 de febrero de 2008

Indiferencia - Final - Cuarta parte

Se colocó el revólver en la sien, a la vez que aplastaba la colilla en el suelo. Seguramente los monstruitos los descuartizarían vivo, sin piedad alguna, y prefería ahorrarles la faena (y atesorar una insignificante dignidad de no sufrir como un perro frente a esos mamarrachos terroríficos, que alguna vez, habrían constituido trazos simbólicos de turbaciones infantiles). Se sentía agonizar. El "gremlin" frente a él sonrió confiado, dando a entender que comenzaba a ser consciente de la situación.

Antes de que pudiese jalar del gatillo, un fuerte rodillazo le reventó el estómago. El esperpento, ahora libre, estaba furioso. Había sido un portazo en toda regla. Oscar de rodillas sentía como la baba hedionda de la criatura sulfuraba fetidez hacia todos los poros de su piel (la distancia entre esa boca y su mejilla era minúscula). Los dientes cenicientos le hicieron un tajo en el pómulo izquierdo y sorbieron un poco de su sangre.

Todos le estaban rodeando y esperaban perplejos o afanosos de vísceras que se pegara un tiro. Cinco porquerías, una sola bala...

Comenzaron a comunicarse. Lo que había considerado chillidos o rebuznos resultaron ser frases complejas. Con la boca teñida de escarlata, el adefesio se puso de pie y esbozó una sonrisa. Era increíble como había subestimado a aquellos sub-seres...

...mientras reían metálicamente todos, al unísono, recibió un puntapié en la espalda...

...una patada en las costillas...

…otro golpe en la cabeza que le hizo perder la consciencia durante dos mil años…

...y reparó en sí mismo muriendo entre las burlas de un manojo desquiciado de "bichos medievales"...

…otra patada...

¡Basta! Quería perder el sentido, dejarse ir, realmente en esos momentos su único anhelo era expirar a cualquier parte...

...un esperpento salió volando contra la ventana y de no ser por el doble cristal lo hubiese atravesado quebrándose completamente sobre el frío asfalto. Otro se rompió quince huesos contra un asiento del tren. Uno de ellos sucumbió despedazado por su propia espada.

Oscar levantó la mirada y vio algo que le dejó absorto en divagaciones absurdas durante los tres segundos de calma, antes de que el "monje budista grisáceo-shaolin- malparido" le arrancara literalmente la cabeza a una aberración y, cubierto de sangre, pusiera la mano en la frente del último “gremlin” que había quedado en estado catatónico, y le friera con un fuego azul el cráneo.

El monje malinterpretó la mano extendida del extraño que deseaba incorporarse y la estrechó a la vez que sus labios modulaban un robótico "mucho gusto". Estupefacto, se puso de pie por sí solo, echando una mirada rápida al panorama de despojos sin vida, y mientras simulaba que tener interés en ello masculló un: -¿de dónde sos?-.
-De otro lado-.
Aunque el monje no parecía tomarle el pelo ya que no había signo alguno de querer concebir una risa, Oscar se exaltó de sobremanera: -no me tomés el pelo, budista loco, decime de dónde sos-.
El monje le miró con una inexpresividad aterradora y señaló a la velocidad de la luz a un "gremlin" -del mismo lugar-.

Tenía tantas preguntas que nada le cuadraba, todo le parecía confuso. Habría inquirido al sonado quién era, qué hacía allí, cómo había hecho el truco de la llama azul, si sabía el secreto de la vida eterna o de lo contrario si conocía el del orgasmo sin eyaculación, pero prefirió dejarlo para después…

…todo tenía más pinta de ser una cámara oculta de un año de grabación ininterrumpida...

...y ojalá así fuera.

El "budista loco" comenzó a inspeccionar el hueco donde antes se alojaba la puerta del baño del tren. Luego, más serio de lo que al pistolero le pareció normal, el monje le miró fijamente acercándose muy despacio, evitando pisar un charco inmenso de cadáveres.

A medida que se le aproximaba el chiflado, pudo comprender, al menos, lo que había estado analizando en ese tiempo tan remoto (tan lejos de él y de sí mismo como de su propia realidad): la puerta no podría abrirse para el otro lado de la manera en la que lo había hecho, con un brutal impulso, a menos de que las chapas enganchadas a la pared que recorrían todos los bordes de la puerta (excepto el de las bisagras), hubieran cedido también.

-¿Qué tienes en el bolsillo?-.
-¿Y a vos que te importa?-.
-¿Qué tienes en el bolsillo?- repitió el monje de una manera escalofriantemente similar a la primera.
Oscar disimulando su miedo, metió la mano en el bolsillo derecho de su jacketa a la altura de la cintura y sacó una piedra amatista un tanto extraña, que le había robado una semana atrás a un "gremlin".
El "budista loco" sonrió.
-¿Eso es malo o es bueno?- preguntó desconcertado con la piedra en la mano.
-Guárdala muy bien, nos vamos- y a la vez que se dirigían hacia una de las puertas del tren, apartando con la mano el humo del tabaco que el lucky abrasaba rabioso en los labios del argentino (que se apretaba las costillas de dolor) dijo- eso no es ser distraído...-.
Por alguna extraña razón ya no le sorprendía que el insólito budista pudiese leerle los pensamientos -¿qué es entonces?- (“monje choto”).
-Indiferencia-.

Ambos bajaron del tren.

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